Opinión

Serbia: una rebelión popular a contracorriente


marzo 2025

En un momento en que tantos países del mundo se vuelcan hacia la extrema derecha populista, las reivindicaciones de integridad moral, justicia social y democracia directa se hacen oír en este país balcánico, en llamas desde el otoño boreal a raíz de una revuelta que sigue extendiéndose.

<p>Serbia: una rebelión popular a contracorriente</p>

Desde noviembre de 2024, Serbia está experimentando una ola de protestas de una magnitud sin precedentes. Desde el trágico accidente del 1 de noviembre en la estación de tren de Novi Sad, en el que se derrumbó el techo y murieron 15 personas, decenas de miles de serbios se reúnen en silencio todos los días a las 11:52, la hora de la tragedia, en homenaje a las víctimas. A raíz de este drama, atribuido a la corrupción del régimen, más de 60 facultades y escuelas superiores fueron ocupadas, abogados y profesores de secundaria se declararon en huelga y los agricultores apoyan el movimiento, que se fue extendiendo a otras categorías sociales.

Contrariamente a las expectativas del gobierno, no hay señales de que el movimiento se esté agotando. La movilización, que denuncia la corrupción sistémica del país, plantea demandas democráticas radicales que parecen ir en contra del crecimiento de la extrema derecha tanto europea como global. De hecho, las viejas cantinelas nacionalistas han desaparecido repentinamente del debate público. En los últimos años, las imágenes recurrentes de procesiones de ultras vociferantes de extrema derecha atacando las marchas del Orgullo Gay o afirmando su inquebrantable apoyo a la Rusia de Vladímir Putin parecían indicar que el país aún no había logrado liberarse de sus fantasmas. En las últimas elecciones parlamentarias, varias pequeñas formaciones de extrema derecha lograron superar el umbral electoral y obtuvieron algunos diputados: estos grupos, más o menos folclóricos, gozaban de una presencia significativa en los medios de comunicación cercanos al régimen. De hecho, para este no hay nada mejor que tener una oposición de este tipo.

La receta se remonta a los años 90: para que los occidentales lo aceptaran al menos como un mal menor, lo mejor para el régimen serbio sería «fabricarse» una oposición repulsiva. Así es como en su momento Slobodan Milošević utilizó al Partido Radical Serbio (SRS, por sus siglas en serbio) de Vojislav Šešelj como espantajo, y el actual presidente, Aleksandar Vučić, ha aprendido la lección. Es cierto que se formó en la mejor escuela: cuando era militante del SRS fue ministro de Información entre 1998 y 2000, en el gobierno de «unidad nacional» formado durante la Guerra de Kosovo.

En la década de 2000, tras la caída de Milošević, el SRS se impuso como la principal fuerza de oposición, pero la formación se vio bloqueada por un «techo de cristal», en torno de 30-35 % de los votos. Fue entonces cuando Aleksandar Vučić provocó una escisión al crear su Partido Progresista Serbio (SNS, por sus siglas en serbio) en 2008. El modelo reivindicado era el de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, surgida del antiguo Movimiento Social Italiano (MSI), de ideología fascista. Se trataba de emprender un decidido aggiornamento de la formación nacionalista creando un gran partido conservador teóricamente «proeuropeo» y, por tanto, aceptable para los socios internacionales del país.

Economía Potemkin

La receta funcionó. Vučić se convirtió en viceprimer ministro en 2012, en primer ministro dos años después y en jefe de Estado en 2017. Su partido tiene una cómoda mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y controla la totalidad de los municipios del país desde las elecciones de 2023. El SNS tiene un control hegemónico de la vida política y las instituciones, pero también de la justicia, los medios de comunicación e incluso de la cultura: los directores de teatros o museos son reemplazados por funcionarios a sus órdenes, mientras que el país cae año tras año en el ranking mundial de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras. En cuanto a las licitaciones, formalmente abiertas, también están atrapadas en las redes político-económicas de un sistema generalizado de corrupción «piramidal»: todo se remonta a la persona del jefe de Estado y del partido que, habiendo logrado anular todas las salvaguardias institucionales, tiene muchos más poderes que los que tuvo Milošević.

El «modelo» económico de un régimen que muestra tasas de crecimiento exorbitantes se basa en realidad en la impresión de billetes y en la liquidación de la riqueza nacional. No pasa una semana sin que Vučić inaugure una nueva fábrica, por lo general de industrias intensivas en mano de obra, atraídas a Serbia por los salarios muy bajos y las enormes ayudas públicas. Este dumping social y fiscal es poco sostenible, ya que estas empresas suelen permanecer solo el tiempo que pueden aprovechar al máximo esas ventajas, antes de trasladarse a países vecinos que ofrecen condiciones similares, como Albania. La paradoja que resume esta «economía Potemkin» o de fachada es que Serbia crea puestos de trabajo constantemente, mientras que su población no deja de disminuir, atraída inexorablemente por el éxodo.

La otra receta del régimen consiste en malvender los recursos naturales del país, ya sea el cobre, cedido a los chinos, o el litio, prometido al gigante australiano-canadiense Rio Tinto. En resumen, entre la puesta a disposición, in situ o para la exportación, de mano de obra mal pagada y el mercadeo de los recursos naturales, Serbia se está convirtiendo en un país del Tercer Mundo, inscribiendo cada vez más su destino en una situación de periferia capitalista subdesarrollada. A las elites serbias les corresponde el papel clásico que los marxistas atribuyen a una burguesía compradora, encargada de servir de relevo a las potencias dominantes, función que garantiza su estatus, sus privilegios y su fortuna.

La única fuente adicional de liquidez del país se basa en la venta de armas ligeras, de las que Serbia es un gran productor: se han encontrado Kalashnikovs serbias en Yemen, Libia, y también en Siria y Ucrania... Por último, el régimen mantiene vínculos estructurales con el crimen organizado, empezando por las redes mundiales de cocaína, que se ocultan tras el telón «folclórico» de las redes de hooligans y aficionados al fútbol. Estas redes criminales reinan en las regiones serbias del norte de Kosovo, donde sustituyen a las instituciones públicas serbias.

«Estabilocracia»

Nadie está mejor informado de todas estas vilezas que los diplomáticos occidentales y los funcionarios europeos, que, sin embargo, siguen apoyando firme y decididamente al régimen de Vučić. ¿Por qué?

El primer motivo se basa en el eterno argumento de «no hay nada mejor». La oposición, dividida, sería incapaz de representar una alternativa o, peor aún, esta oposición, gangrenada por el nacionalismo y fascinada por Moscú, podría resultar peor que el régimen actual. En resumen, sería mejor conformarse con lo que hay antes que sumergirse en lo desconocido, siempre y cuando se logre convencer a Vučić de que respete unas «líneas rojas» muy inciertas o fluctuantes. Es aquí donde la estrategia de utilizar a los grupos de extrema derecha como «espantapájaros» resulta muy rentable para justificar esta «falta de algo mejor» que encarna el régimen de Belgrado.

Y hay más. Serbia tiene el estatus de país candidato a la integración europea desde 2012, inició las negociaciones de adhesión en 2013 y desde entonces no ha logrado cerrar ni un solo capítulo... En realidad, todo el proceso de ampliación de la Unión Europea lleva ya mucho tiempo en una zona difusa en la que reinan las apariencias. Hay que hacer como si este proceso siguiera en marcha, como si Serbia fuera un candidato serio, pero nadie prevé la más mínima ampliación en los Balcanes en un futuro previsible, ni la Comisión presidida por Ursula Von der Leyen 2.0 ni la de su primera gestión... Por lo tanto, es especialmente útil tener en el poder en los países candidatos a líderes como Vučić, formalmente «proeuropeo» pero en absoluto interesado en una ampliación real de la UE que ponga en tela de juicio las bases de su poder y que, incluso, por sus excesos, pueda justificar un bloqueo del proceso... En resumen, se ha desarrollado una sinergia perversa entre Belgrado y Bruselas alrededor de una integración de la que siempre se habla para no concretarla nunca.

Al mismo tiempo, líderes como Vučić -o su colega, el primer ministro albanés Edi Rama- garantizan la «estabilidad» de la región; una «estabilidad» definida de manera minimalista como la simple ausencia de conflictos abiertos. Este es el mágico secreto de las «estabilocracias» balcánicas analizadas por el politólogo Florian Bieber en su libro The Rise of Authoritarianism in the Western Balkans [El ascenso del autoritarismo en los Balcanes occidentales]: regímenes formalmente proeuropeos pero cada vez más autocráticos, que garantizan ante todo la «estabilidad» de la región y que solo pueden sostenerse con el apoyo activo de la UE, que tiene todo el interés en que estos dirigentes tan poco democráticos se mantengan en el poder.

La paradoja ucraniana

La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022 podría haber puesto en tela de juicio este modelo, pero no fue así. Desde 2014, la guerra en Ucrania ha puesto a Serbia en una posición delicada. De hecho, Belgrado cuenta con el apoyo de Moscú para oponerse a cualquier reconocimiento de la región separatista de Kosovo, de mayoría albanesa, en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero Serbia no puede avalar la anexión de Crimea y el Dombás, precisamente cuando invoca constantemente al derecho internacional en relación con el mismo Kosovo. Por lo tanto, votó sin dudarlo, a finales de febrero de 2022, las resoluciones de la Asamblea General de la ONU que condenan la invasión rusa y apoyan la integridad territorial de Ucrania, al tiempo que se niega a imponer sanciones contra Moscú.

Serbia es incluso el único país candidato a la integración europea que no ha sancionado a Rusia, negándose a alinearse con la diplomacia de los 27. Esa decisión podría haber sido solo una batalla de honor efímera, exponiendo a Serbia a fuertes reacciones europeas. Pero no fue así. Tres años después, nada ha cambiado y nadie pide ya a Belgrado que imponga sanciones. El presidente Vučić, conocido por ser un buen jugador de ajedrez, ha demostrado ser aún mejor judoka, transformando sus debilidades en fuerza. De hecho, los europeos no se atreven a elevar el tono contra Belgrado por temor a que este «se desvíe» aún más hacia Moscú. Así, en los últimos tres años hemos visto cómo la UE ha dado sistemáticamente la razón a Serbia en el delicado asunto de Kosovo e incluso ha impuesto sanciones sin precedentes contra el pequeño país, a pesar de que manifestantes serbios hirieron a 60 soldados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) durante una manifestación el 29 de mayo de 2023 y de que un comando serbio fuertemente armado, financiado oficialmente por un «hombre de negocios» de Mitrovica muy cercano al régimen de Belgrado, matara a tres policías en el norte de Kosovo el 24 de septiembre siguiente... Se trata de intentar convencer de manera patética a Serbia de que tiene más que ganar contando con el apoyo occidental que con el de Moscú.

De la misma manera, a finales de agosto de 2024, Emmanuel Macron viajó a Belgrado para firmar el contrato de venta de 12 aviones Rafale, cuya utilidad estratégica es más que dudosa, pero cuya misión principal habría sido «anclar a Serbia en el bando occidental», según los elementos de lenguaje proporcionados por el Elíseo. Desde entonces, el presidente francés se ha convertido en el mejor propagandista de su amigo serbio en los círculos europeos: un comprador de Rafales no puede ser un mal hombre, y la «casa Francia» nunca critica a un cliente.

Vučić no se contenta con llamar la atención sobre los grupos extremistas, para intentar hacer creer a los occidentales que debe «resistir» a una opinión pública mayoritariamente prorrusa, sino que además se conforma con la actitud ambigua de la Iglesia Ortodoxa Serbia. Sin embargo, esta nunca ha estado tan estrechamente controlada y utilizada por el poder político como ahora. Al mismo tiempo, los medios de comunicación controlados por el régimen (tabloides y canales de televisión como Pink TV o Happy TV) se hacen eco del relato ruso sobre la guerra en Ucrania. Por lo tanto, es falso afirmar que Vučić no puede sancionar a Rusia debido a la reticencia de la opinión pública serbia; sería más justo decir que el mismo Vučić está tratando de moldear una opinión pública prorrusa para justificar sus propias vacilaciones ante sus socios occidentales.

El argumento «ruso» es válido, por lo demás, en todos los contextos. Así, un eficaz trabajo de lobbying explica que el rechazo de los campesinos y ciudadanos a los proyectos de explotación de litio en Serbia occidental por parte de Rio Tinto estaría «manipulado» por Moscú. Nunca se ha podido presentar ninguna prueba que respalde esta tesis, pero circula, impulsada por los propios lobistas de Rio Tinto, y es complacientemente retomada por las altas esferas de la UE.

Los buenos amigos: Orbán, Janša y Meloni

A decir verdad, a Vučić no le faltan amigos. Entre ellos, el primer ministro húngaro Viktor Orbán desempeña un poco el papel de «padrino». El presidente serbio es desde hace mucho tiempo un asistente habitual de las Cumbres Demográficas de Budapest, que reúnen cada final de verano boreal a la flor y nata de la extrema derecha europea en la capital húngara alrededor del tema movilizador de la «defensa de la familia». Allí, Vučić pudo conocer a Marine Le Pen, Éric Zemmour, Marion Maréchal, Giorgia Meloni y el ex-primer ministro esloveno Janez Janša.

Giorgia Meloni también ocupa una posición particular. Como mencionamos, la «realineación» ideológica de Vučić, en 2008, tomó como modelo la de Gianfranco Fini y su Alianza Nacional, donde militaba la joven Meloni. Además, la antigua Yugoslavia y los Balcanes representan una vecindad inmediata para Italia, a través de la frontera del mar Adriático y de la tan controvertida «frontera oriental», desde Friuli hasta Trieste. La extrema derecha italiana es tradicionalmente proserbia por su rechazo a Croacia, ya que reivindica como italianas las regiones de Istria y Dalmacia, hoy croatas. El 10 de febrero de 2019, en Trieste, Antonio Tajani, entonces presidente del Parlamento Europeo y actual ministro de Asuntos Exteriores de Meloni, había causado un escándalo al gritar en plena ceremonia de recuerdo de las víctimas de esta frontera oriental: «¡Vivan las Istria y Dalmacia italianas!». 

Los grupúsculos radicales serbios mantienen estrechas relaciones con sus homólogos italianos, como Blocco Studentesco o Casa Pound, cuyos representantes a menudo han tenido la oportunidad de confraternizar con los de la Legión Imperial Rusa en las instalaciones del famoso Klub 451 de Belgrado... Por supuesto, ni Meloni ni Vučić frecuentan esos lugares, pero saben bien cómo debe desahogarse la juventud, con unnbrazo extendido y una botella de cerveza en la otra mano.

Janez Janša fue otro socio regional importante. Cuando aún estaba en el cargo, el primer ministro esloveno, luego derrotado, había favorecido la difusión de un «non paper», un informe oficioso que tenía sobre todo valor de provocación o globo de ensayo y proponía acelerar la integración europea de Serbia y Montenegro, pero posponer la de Kosovo, llamado a reunirse con Albania, y compartir Bosnia-Herzegovina entre Croacia y Serbia, dejando una enclave central a los bosnios musulmanes llamados a «elegir» si preferían la integración europea o la adhesión a Turquía. Este documento, por un lado, proponía ratificar el principio de una redefinición de las fronteras de los Balcanes sobre una base étnico-confesional y, por otro, consideraba que la integración a la UE ya no estaba garantizada para los países de tradición mayoritariamente cristiana. El texto habría recibido el beneplácito de Hungría antes de «filtrarse». Otro habitual de las cumbres de Budapest, Milorad Dodik, presidente de la República Srpska y hombre fuerte de esta «entidad serbia» de Bosnia y Herzegovina, es también un fiel amigo del primer ministro húngaro.

A veces se presenta a Orbán con ligereza como «antieuropeo». Sin embargo, él mismo se considera muy «europeo», pero su visión de Europa se basa en una definición etnoconfesional y no en los valores liberales teóricamente promovidos por la UE. Y el primer ministro húngaro es un partidario de la ampliación mucho más decidido que los líderes de Berlín o París, excepto que esta ampliación debe favorecer a países hermanos y amigos, como Serbia o la República Srpska de Bosnia. Orbán seguramente también hace un cálculo muy pragmático: si Serbia se uniera a la UE, enviaría entre 15 y 20 diputados al Parlamento Europeo. En vista de las relaciones de poder actuales, esta delegación contaría con más amigos de Orbán que diputados dispuestos a formar parte del Grupo de los Verdes o de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas.

Más buenos amigos: Netanyahu y Trump

Estas redes de «amistad» estarían incompletas sin mencionar a Benjamin Netanyahu y algunas otras figuras de la extrema derecha israelí como Avigdor Lieberman, muy vinculado a Dodik. 

La Yugoslavia socialista tenía una fuerte tradición de compromiso con Palestina, que todavía cuenta con embajadores en varios de los países que la sucedieron, en especial en Bosnia y Herzegovina, Montenegro y Serbia, pero la hostilidad hacia los «musulmanes» ha acercado a los nacionalistas serbios a los halcones israelíes. Al mismo tiempo, redes israelíes han invertido en sectores estratégicos de los Balcanes, como la comunicación política. Vučić tiene asesores israelíes, mientras que  Orbán se erige como el mejor aliado de Netanyahu en la UE, invitándolo a Budapest a pesar de la orden de arresto de la Corte Penal Internacional (CPI). Para el primer ministro israelí, que realizó una gran gira por los Balcanes en 2018, puede resultar útil cultivar una red de apoyos entre los países de Europa del Este que son miembros de la UE o candidatos a ingresar, con el fin de consolidar una relación de fuerzas con Bruselas.

Por último, este grupo de buenos amigos incluye, naturalmente, al presidente Donald Trump y a su «emisario para misiones especiales», Richard Grenell, que fue, durante el primer mandato, emisario especial para los Balcanes y luego embajador en Alemania. Durante el periodo de alejamiento del poder, Grenell cultivó sus redes balcánicas, pasando vacaciones en Albania con el primer ministro Edi Rama o dejándose ver en los cafés elegantes de Belgrado en compañía del ministro de Finanzas serbio, Siniša Mali. Ha servido de intermediario para Jared Kushner, el yerno de Trump, que quiere construir dos complejos turísticos de lujo, uno en el emplazamiento del antiguo Estado Mayor yugoslavo, bombardeado en 1999, en pleno centro de Belgrado, y otro en la desierta isla de Sazan, en Albania... Ya en 2016, la extrema derecha serbia había mostrado su apoyo al candidato Trump, movilizando a la diáspora, que tiene un peso considerable en algunos estados cruciales del cinturón industrial de Estados Unidos.

Durante su primer mandato, Trump se comprometió en un «acuerdo» entre Kosovo y Serbia basado en un intercambio de territorios.  Vučić estaba a favor, al igual que Hashim Thaçi, entonces presidente de Kosovo; la acusación de este último por crímenes de guerra por parte del  Tribunal Especial para Kosovo, con sede en La Haya, en noviembre de 2020, hizo fracasar este proyecto, pero es muy probable que vuelva con fuerza: mientras que la UE y toda la «comunidad internacional» han invertido enormes esfuerzos y sumas de dinero no menos considerables para promover la multietnicidad de Estados con fronteras supuestamente intangibles -siendo Kosovo un caso particular que se adapta a esta regla general-, los territorios serían ahora como los naipes del Monopoly que se pueden revender o intercambiar... El primer ministro saliente de Kosovo, Albin Kurti, firme opositor a un acuerdo de este tipo, es objeto de la abierta hostilidad de Grenell, quien escribió en la red X, a pocos días de las elecciones legislativas del 9 de febrero, que este «no podía ser un socio de Estados Unidos».

Las relaciones entre Belgrado y Budapest también pasan por intereses económicos estratégicos. La estación de tren de Novi Sad, cuyo techo se derrumbó el 1 noviembre del año pasado, había sido renovada por una empresa china y se encuentra en la futura línea de alta velocidad que conectará las dos capitales, que también está siendo construida por una empresa china. Tener buenas relaciones con Meloni o Trump no impide tenerlas también con Xi Jiping o Putin. En resumen, estos dos «tipos estupendos» que son Orbán y Vučić tienen amigos en medio mundo.

Una revuelta «antipolítica»

Desde la tragedia de Novi Sad, el régimen de Vučić se enfrenta a una protesta de una magnitud, fuerza y duración excepcionales. Cada día, a las 11:52, miles de serbios en todo el país guardan 15 minutos de silencio en honor a las 15 víctimas. Cerca de 80 facultades seguían ocupadas en febrero, mientras que el movimiento, impulsado por los plenos estudiantiles, se extiende a todos los estratos sociales. Los estudiantes han organizado numerosas marchas o carreras de relevos que conectan las principales ciudades del país pasando por pueblos o aldeas muy pequeñas donde son recibidos como libertadores: se trata, al manifestar su presencia física, e incluso la de cuerpos cansados por días de marcha, de romper el bloqueo mediático, pero también de imponer una realidad tangible frente a las stories virtuales y alternativas de las redes sociales. Los estudiantes también muestran una asombrosa destreza para jugar con símbolos que, sin embargo, son contradictorios y políticamente opuestos. Así, el 15 de febrero, tuvo lugar una gran concentración en Kragujevac, capital de Šumadija, cuna del nacionalismo serbio tradicional, conservador, ortodoxo y monárquico, el día de Sretenje, fiesta nacional que conmemora el primer levantamiento antiotomano de 1804, pero también la primera Constitución del país, de 1835. Para preparar esta reunión, los estudiantes organizaron varias carreras de relevos a través del país, retomando el ritual de la štafeta, organizada cada 25 de mayo en la Yugoslavia socialista para el «Día de la Juventud» y el aniversario del mariscal Tito.

Algunos expertos especulan si algunos plenarios estudiantiles serían «más de izquierda» (el de Novi Sad) o «más de derecha» (el de la Facultad de Derecho de Belgrado), pero en realidad el acceso a los plenarios está estrictamente prohibido a los no estudiantes y especialmente a los periodistas. Ninguna decisión ni toma de palabra pública se lleva a cabo sin haber sido validada por las asambleas, mientras que el movimiento se niega categóricamente a que emerjan personalidades que hablen por él. 

La exigencia radical de horizontalidad y democracia directa de los plenarios desestabiliza totalmente al régimen, que no sabe a quién atacar. El movimiento también se niega a personalizar a su adversario. Ni siquiera se menciona el nombre de Vučić, ya que se prefiere hablar de «la persona que ocupa el cargo presidencial». No podría haber una estrategia más eficaz frente a un dirigente que nunca ha dejado de presentarse como un héroe y mártir dispuesto a dar su vida por Serbia, personalizando todos sus desafíos... Las reivindicaciones de los estudiantes son de una simplicidad asombrosa y radical: el respeto de las leyes y la Constitución. Sin embargo, eso es precisamente lo que el régimen de Vučić no puede hacer. Todas las ofertas de «diálogo» del poder caen en saco roto: ¿por qué deberían los estudiantes «discutir» con el jefe de Estado sobre el respeto de las leyes y la Constitución?

La UE ya no es la cuestión

En el momento en que se escriben estas líneas, es imposible prever el futuro de la movilización y su posible éxito. Sin embargo, es evidente que la principal apuesta del régimen, que confiaba en su agotamiento, no se ha cumplido por el momento. Por el contrario, no deja de extenderse a nuevas capas sociales.

Los estudiantes, por cierto, no hablan del «régimen» de Vučić, sino de un «sistema» que hay que refundar. Este «sistema» es el que, durante tres décadas de «transición», se ha acomodado demasiado bien a la corrupción y a las pequeñas corruptelas. Este «sistema» también ha sido apoyado por los partidos de la actual oposición y por la UE, apostando por un pluralismo de fachada confiscado por estrechas oligarquías que podría hacer las veces de «democracia liberal» y de «economía de mercado funcional». Como escribe Slavoj Žižek, la revuelta actual es «antipolítica», porque cuestiona todas las categorías políticas de la transición postsocialista. La extraordinaria exigencia de justicia hace estallar las apariencias de las categorías políticas, donde se puede pasar de la «izquierda» a la «extrema derecha» de la noche a la mañana. El movimiento serbio es «antipolítico» en el sentido en que lo fueron las revoluciones de 1989, que rechazaban las reglas del juego establecidas por los regímenes del «socialismo real».

La UE permanece sorprendentemente en silencio ante el movimiento que sacude Serbia, lo que indigna naturalmente a los demócratas y a la sociedad civil serbia, que han escrito una vibrante carta abierta a los líderes de la Unión. La UE no guarda silencio solo porque varios de sus líderes siguen apoyando activa y abiertamente a Vučić, como el presidente Macron, que habló por teléfono con su homólogo serbio el 8 de febrero. No guarda silencio solo porque ignora cómo será el futuro y teme un «cambio geopolítico» de Serbia. En realidad, es muy consciente de que la exigencia de cambio sistémico que conlleva la protesta serbia supone un reseteo fundamental de su funcionamiento, sus objetivos y su modo de ampliación. Los estudiantes no esperan nada de la UE, están convencidos de que están reinventando todo.

Nota: la versión original de este artículo, en francés, se publicó en La Vie des Idées y puede leerse aquí. Traducción: Pablo Stefanoni.

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